Pequeños relatos camaleónicos, telescópicos, autobiográficos, polivalentes, ficticios pero de lejos, inmaculadamente inciertos, estrictos y procaces, dolorosos cuando menos. Son historias breves tan surrealistas como lo es el propio mundo.

El autor, de manera radical, deja de ser él mismo durante unos minutos, seguramente aburrido de su propio personaje, y se dedica a meterse en la piel (en los zapatos, dicen los norteamericanos) de cualquier ser que se le ocurra pasar por su mente en esos instantes. Persona, animal o cosa. No importa qué. O un concepto, o un estado de ánimo.

En un instante puede convertirse en la piel de la fachada de una casa vieja y gastada, o en un rizo de mantequilla enamorado camino de la tostada de una bella dama a la hora del desayuno, puede ser un burdo payaso feo, gordo y seboso, o incluso un puñal sangrante atrapado en la herida que él mismo ha provocado. O un abrazo perdido en una estación de tren.

Aquí hay dieciséis momentos de dieciséis vidas palpitantes, breves monólogos que nos invitan a escapar de nuestra mente: todos comienzan con la palabra "soy", como mantra que abre la puerta al juego de la investigación actoral. Todo lo podemos ser, porque todo forma parte de nuestra sensibilidad.